Un niño llamado Jacobo, con muchas ganas de vivir aventuras, vio una película de personas que vivían en el neolítico; como se aburría, solamente vio media película. Su madre lo obligó a ir a dormir pronto, porque en el cole nunca hacía nada bueno.
Algo le decía a Jacobo que se tapara con la sabana, tenía sed y se aguantaba, pegó un grito y se desmayó...
No se daba cuenta de lo que le pasaba y al abrir un ojo vio a un chamán.
-Yo ser shamán.
El niño pensó algo rápido y le respondió.
-Yo... ¿ser Jacobo?
El chamán se rió y le contestó.
-Tú caer bien.
Y se lo llevó hasta su tribu y... ¡Vaya sorpresa!, estaban bailando en círculos
llevándose a la boca un trozo de bambú y soplaban, soplaban y volvían a soplar.
A Jacobo le dio hambre y le ofrecieron un mango que tenía muy buena pinta. Se hizo de noche y todos se pusieron de rodillas, menos Jacobo. El chamán estaba en el centro del círculo y desde su sitio le dijo “¡Jacobo sentar!”
Jacobo, nervioso, se sentó más rápido que diez caracoles juntos.
El cielo empezó a girar cada vez más rápido. El perímetro de algunas rocas se puso morado y volaban, Jacobo estaba encima de un buen pedrusco, fue hasta el infinito y... más allá.
Jacobo sentía algo blandito y vio que era su cama,
-¡Con lo buenos amigos que éramos...!
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